UN PASEO CON CHARLES KERANGOFF, GUARDIÁN DE LA ESENCIA DE GUY DELFORGE
La socióloga y experta en el sector del lujo, Esperanza Arcos, nos habla, en exclusiva, sobre las fragancias de la Maison Guy Delforge.
En el corazón de la majestuosa Ciudadela de Namur, bajo sus piedras centenarias y su aura de leyenda, late un universo secreto donde el tiempo parece detenerse. Allí, entre bóvedas de más de quinientos años, reposan las fragancias de la Maison Guy Delforge, una de las casas perfumistas más singulares de Europa.
Tuve el privilegio de recorrer este santuario de aromas en compañía de Charles Kerangoff, perfumista de excelencia y actual propietario de la firma. Conversar con él, es abrir la puerta a un mundo donde el arte, la memoria y la pasión se funden en un mismo soplo.
Pasear con Charles por las cuevas subterráneas es una vivencia casi mística. Entre las luces suaves y el murmullo del tiempo, se revelan los jugos preciosos compuestos de esencias naturales.
Admirar un frasco es ya, en sí mismo, un descubrimiento. Cada botella es una obra de arte, concebida por Charles con una belgitud inconfundible y una clara inspiración art déco.
La varilla, de fabricación italiana, se vuelve translúcida al sumergirse en el líquido; el tapón, inglés, aporta el toque final de elegancia. “Charles solo desea ofrecer belleza”, pienso mientras observo cómo cada detalle encierra un gesto poético.
Así tuve mi conversación con este alquimista moderno:
Usted trabaja en un lugar casi secreto, bajo la Ciudadela de Namur. ¿Cuál es el perfume natural de este entorno?
Sin duda, es Carré Blanc. Este perfume ha recibido dos medallas de oro, una en París y otra en Londres. Encarna la pureza y la sofisticación de la escuela belga del perfume. Su composición, equilibrada entre notas amaderadas y florales, evoca la luz del norte y el alma serena de las Ardenas.
Se habla a menudo del “olfato” pero, ¿qué papel juega la vista en la creación de un perfume?
El perfume es una historia invisible. Es la magdalena de Proust, el tiempo de ayer, de hoy y de mañana…, lo intemporal. Es un todo invisible.
¿Cuál fue el primer olor de su infancia que le inspiró esta vocación?
Curiosamente, cuando tenía siete años, fueron los malos olores los que más me marcaron. Me resultaban agresivos, desagradables. Y, en contraste, guardo recuerdos felices de mi madre, aunque usaba Mitsouko de Guerlain, una fragancia que no era, precisamente, de mis favoritas.
Una fragancia de la Maison Delforge traduce la luz de Valonia. ¿Cómo se convierte la atmósfera belga en algo olfativo?
Nada realmente definido…, quizás la madera y el helecho, símbolos de las Ardenas.
Los españoles son conocidos por apreciar los perfumes de carácter. ¿Qué “retrato olfativo” de Bélgica les propondría?
Para mí sería algo entre el mar y la tierra, con una elegancia natural.
El perfume es invisible, pero viste. ¿Cuál sería su consejo para “llevarlo” con elegancia?
Atreverse. Afirmarse, tener personalidad y, simplemente, ser uno mismo.
Y si tuviera que crear un perfume para Madrid… ¿cómo lo definiría?
Sería un perfume con carácter, como el pueblo español. Más que un perfume, es una declaración de estilo, una firma invisible que susurra elegancia
Carré Blanc
“Este perfume ha recibido dos medallas de oro, una en París y otra en Londres.”
— Charles Kerangoff —